Comparto con ustedes un articulo publicado por Emma Riverola, escritora y articulista española.
"Fue la hija buena, la esposa abnegada y la madre perfecta. Se fundió en las voluntades ajenas y se escuchó lo justo para saberse viva. El aire que respiraba era el aliento de los suyos y sus manos, instrumentos de las aspiraciones de otros. Sus sueños se perdían entre la colada tendida al sol y la realidad los sujetaba con pinzas de madera reseca. Las tardes de verano, en la hora callada de la siesta, zurcía con puntadas diminutas los rotos del día. Entre pucheros y sartenes, reproducía recetas heredadas y sumaba pizcas de otras propias. Cuando servía los platos, con el ánimo inquieto del artista que espera el veredicto del crítico, escrutaba los rostros. A veces se conformaba con contemplar la avidez con la que su obra era devorada. Arte efímero. Tenía un dicho para cada situación. En su mundo, sólo las palabras útiles servían. Unas acariciaban. Otras regañaban. Las había que curaban. Las más eran la suma de todos los saberes, menos los que a ella le habían sido negados. Por su regazo pasaban niños que siempre partían. Ellos crecían. Ella envejecía. Y en los álbumes de fotos, su sonrisa cargaba con las sonrisas de todos. La casa se fue tornando callada. Una noche, al acostarse, pensó que, al fin, ya nadie esperaba nada de ella. A la mañana siguiente, como cada día, puso la cafetera en el fuego y se preparó las tostadas. Pero, extrañamente no tenía hambre. Entonces descubrió que estaba descalza. E incorpórea. Subió a la azotea y liberó las prendas. Su tiempo había acabado. Tan solo quedaba el fantasma de las mujeres que fuimos."
(YO DONA 9/2/13, pág. 21).
Hermoso, recorde a mi madre.
Gracias por visitarme, que tengan un muy buen fin de semana, hasta pronto,
"Fue la hija buena, la esposa abnegada y la madre perfecta. Se fundió en las voluntades ajenas y se escuchó lo justo para saberse viva. El aire que respiraba era el aliento de los suyos y sus manos, instrumentos de las aspiraciones de otros. Sus sueños se perdían entre la colada tendida al sol y la realidad los sujetaba con pinzas de madera reseca. Las tardes de verano, en la hora callada de la siesta, zurcía con puntadas diminutas los rotos del día. Entre pucheros y sartenes, reproducía recetas heredadas y sumaba pizcas de otras propias. Cuando servía los platos, con el ánimo inquieto del artista que espera el veredicto del crítico, escrutaba los rostros. A veces se conformaba con contemplar la avidez con la que su obra era devorada. Arte efímero. Tenía un dicho para cada situación. En su mundo, sólo las palabras útiles servían. Unas acariciaban. Otras regañaban. Las había que curaban. Las más eran la suma de todos los saberes, menos los que a ella le habían sido negados. Por su regazo pasaban niños que siempre partían. Ellos crecían. Ella envejecía. Y en los álbumes de fotos, su sonrisa cargaba con las sonrisas de todos. La casa se fue tornando callada. Una noche, al acostarse, pensó que, al fin, ya nadie esperaba nada de ella. A la mañana siguiente, como cada día, puso la cafetera en el fuego y se preparó las tostadas. Pero, extrañamente no tenía hambre. Entonces descubrió que estaba descalza. E incorpórea. Subió a la azotea y liberó las prendas. Su tiempo había acabado. Tan solo quedaba el fantasma de las mujeres que fuimos."
(YO DONA 9/2/13, pág. 21).
Hermoso, recorde a mi madre.
Gracias por visitarme, que tengan un muy buen fin de semana, hasta pronto,
No hay comentarios:
Publicar un comentario